Un Museo dedicado a los estudiantes dela universidades europeas di Gian Paolo Brizzi

MUSEO EUROPEO DEGLI STUDENTI UNIVERSITARI

Después de más de diez años de trabajo la Universidad de Bolonia se enriquece con un nuevo y original museo: el Museo europeo de los estudiantes. Como la más antigua universidad europea y sede de las primeras universidades estudiantiles del mundo entero, el Alma Mater ha promovido una iniciativa cultural para favorecer el conocimiento y el estudio del mundo estudiantil, dando vida a una estructura que se proyecta más allá del museo mismo, como centro permanente de documentación de la historia de los estudiantes. El primer proyecto con el que arranca el Meus nace del encuentro entre históricos que estudiaban la presencia estudiantil en las universidades y exponentes de asociaciones de ex-estudiantes que deseaban donar objetos, memorias, periódicos vinculados con su experiencia estudiantil, con la intención de dar vida a una exposición sobre el tema de las asociaciones goliárdicas que habían caracterizado la vida universitaria antes de 1968. Esta primera experiencia hizo madurar una idea más ambiciosa: dar vida a una exposición permanente dedicada a la historia de los estudiantes universitarios europeos desde sus orígenes hasta hoy. Se promovieron seminarios, convenios, encuentros de estudio –que confluyeron después en diversos tomos de misceláneas, monografías, actas de convenio – para cuestionarse qué representa la historia de los estudiantes para un histórico de las ideas, para el politólogo, para el estudioso de los procesos de formación de las clases dirigentes, para el histórico de las tradiciones y de la sociedad. Nos preguntamos también cuál sería el mejor modo para recoger y representar, necesariamente en forma sintética y ejemplar la identidad de esta figura. Teníamos a nuestra disposición muchos ejemplos de museos universitarios donde entre otras cosas se había dedicado algún que otro espacio a la presencia estudiantil – desde Lipsia en Utrecht a Würzburg- pero todos nos resultaron insuficientes para representar de modo adecuado la complejidad de la evolución del estudiante como figura social y componente esencial de la institución universitaria. Sabíamos también que tendríamos que contar con el juicio del mundo académico, con su disponibilidad para compartir semejante objetivo.

Recordábamos las palabras con las que Charles H. Haskins se había dado a conocer en una conferencia dedicada a la figura del estudiante medieval: “La universidad sería un lugar agradabilísimo si no fuera por los estudiantes” dijo, refiriéndose polémicamente a la opinión dominante entre los colegas. Las palabras de Haskins eran algo más que un simple expediente retórico y nosotros sabíamos que esa opinión, aunque hubieran pasado unos setenta años, encontraba todavía adhesión en el ámbito académico. Lo confirman implícitamente las amplias lagunas historiográficas que se encuentran en la mayor parte de la historiografía universitaria, donde el espacio reservado a la historia de los estudiantes se agota a menudo en la descripción de acontecimientos conflictivos, como il town and gown de la historiografía inglesa, o en algún cuadro estadístico útil para demostrar el éxito de una escuela o de algún maestro. Hay que mencionar también que los mismos estudiantes en cada época han favorecido esto mismo: los estudiantes han preferido a menudo autorrepresentarse enfatizando las circunstancias más transgresivas de su experiencia. Esta actitud basada en la complicidad que alimenta el sentimiento de la amistad entre los jóvenes, ha contribuido a mantener viva la imagen de los estudiantes como “clase potencialmente peligrosa”, opinión que ciertamente se ha reforzado en la edad de la Universidad de masas y del movimiento estudiantil. Nos preguntamos sobre el acierto de la fórmula museística: la adopción del término mismo “museo” recuerda en nuestro sentir común la idea de algo que ha adquirido una estabilidad, un equilibrio definitivo en nuestro conocimiento y en las funciones que le hemos asignado en el campo del conocimiento.

La condición de estudiante es una fase de tránsito en la vida de un individuo, es una edad de la vida que deja tras de sí pocas huellas útiles para una exposición en un museo; sabemos también que muchos modos y formas de actuación juveniles se llevan a cabo para permanecer en el grupo, para reforzar la identidad, para consolidar los vínculos de solidaridad. Proyectados al mundo exterior, adquieren a menudo un significado que puede ser distorsionado por quien los registra. Tal vez podían ser más adecuados los términos de “laboratorio de investigación”, “centro de documentación”, pero consideramos que la adopción de un “museo” servía para reconocer a la figura del estudiante el papel que hay que reconocerle como elemento central del mudo universitario. En cuanto a la sede, todos coincidieron que un museo de este género debía ubicarse en Bolonia donde por primera vez en la historia los estudiantes habían constituido una estructura asociativa autónoma, autogobernándose a través de elecciones periódicas de rectores, que eran a su vez estudiantes, y que fueron durante siglos la autoridad preeminente del studium. El mito del poder estudiantil reivindicado también por los estudiantes del sesenta y ocho encuentra aquí sus raíces históricas. Aquí se han conformado algunas características fundamentales de la identidad estudiantil que, a través de continuas metamorfosis y adaptaciones, han llegado hasta nosotros. En nuestra intención el museo tenía que evidenciar tanto este hilo rojo que marca los elementos de continuidad en la historia estudiantil como la diversas peculiaridades surgidas en otros países, y en las diferentes universidades durante casi nueve siglos de vida universitaria.No nos hemos rendido ante las numerosas dificultades que hemos encontrado ya que cada día estábamos más seguros de que nuestro objetivo podía tener una utilidad institucional inmediata: reanudar los hilos de una memoria demasiado a menudo interrumpidos puede guiar las elecciones de aquellos que tienen un contacto cotidiano con el mundo estudiantil. Hay que decir además, que esta determinación de no abandonar el proyecto contaba con el apoyo de los órganos académicos, sobre su adhesión al significado que el proyecto revestía , a su coherencia con los esfuerzos emprendidos en estos años a favor de los estudiantes.

Mientras la selección y la acumulación de material expositivo comenzaba a enriquecer los depósitos del futuro museo, nuestro trabajo se dirigió a los aspectos organizativos y sobre todo a las líneas que tendrían que guiar nuestra selección, a las modalidades más idóneas para representar un concepto o un recorrido historiográfico a través de la elección y exposición de un objeto.

El problema era en primer lugar, de orden metodológico, y tenía que ver con la tipología de los testimonios que había que llamar en causa. Comenzamos con definir el perfil esquemático de la identidad del estudiante.

Algunos términos de la cuestión se debían establecer de modo definitivo. El estudiante del que nos hemos ocupado nace como nueva figura social en el siglo XII: nace en Bolonia, en París, en Oxford y recibió en 1155 del Emperador Federico I este reconocimineto jurídico fundamental para definir su identidad (“amore scientiae facti exules”) y constituyó la base de sus privilegios, concesiones de papas, emperadores y príncipes que definieron su estatus jurídico y social. Durante varios siglos la identidad colectiva de esta figura se puede resumir así: el estudiante es un joven célibe, varón, cuya edad puede oscilar entre la adolescencia (en el caso de la Facultad de arte) y la edad adulta (para la teología sobre todo). Más allá de la real edad anagráfica, el estudiante es “institucionalmente joven”, una condición que a veces lo induce a asumir actitudes que podemos definir “rabelianas”, que se nutren de burlas, agudezas, disfraces carnavalescos. En los últimos dos siglos este estereotipo ha cambiado profundamente, tal vez por el aumento de la presencia femenina, que se ha convertido actualmente en una presencia mayoritaria, tal vez por la estabilidad de la edad o puede que por la menor incidencia de extranjeros en el seno de la comunidad estudiantil.

El estudiante es además, desde sus orígenes, una figura exclusivamente urbana, esta es una condición dictada por exigencias materiales e intelectuales: fueron las ciudades el terreno de cultivo ideal para el crecimiento de un saber cada vez más secularizado y, ahora como entonces, la ciudad facilita el encuentro con otros intelectuales, maestros o estudiantes de otras escuelas con los cuales mantener un intercambio de opiniones, una comparación recíproca y continua de ideas.

Por lo tanto, el estudiante vive en la ciudad, pero su presencia durante algunos siglos no será homogénea como la de otros grupos sociales, comenzando por su mismo grupo de coetáneos: durante siglos los estudiantes han constituido un cuerpo extraño en el seno de la ciudad, protegidos por normas, privilegios y leyes ajenas a las costumbres locales. Fue inevitable, por tanto, una cierta dicotomía entre cuerpo estudiantil y la ciudad, que ha dado origen a una situación conflictiva siempre posible, y esta dicotomía ha permanecido en el sustrato de la conciencia colectiva y produce todavía hoy, en circunstancias bien diversas a las del pasado, una actitud distante y sospechosa hacia los estudiantes.

De aquí la necesidad de crear formas de mutua asistencia, de dotarse de reglas internas, de dar vida a verdaderas magistraturas para afrontar unidos y solidariamente los momentos de peligro y de tensión que, más allá de la anécdota, han marcado con recurrencia la historia de este grupo. Las asociaciones estudiantiles están ilustradas con profusión en el museo: desde las nationes e universitates medievali a las modernas Burschenschaften, las asociaciones goliárdicas de los siglos XIX y XX y los grupos en los cuales se quebró el movimiento estudiantil del ’67-‘68.

También en los mecanismos de socialización los elementos de continuidad aparecen evidentes, indistintamente de las formas que asumen en las diversas épocas. Hemos observado que el estudiante era generalmente un inmigrado, pero no ha sido nunca un desarraigado ni sociológica ni culturalmente, como la mayor parte de los inmigrados, ya que el grupo al que pertenece dispone de un protocolo personal, produce expresiones culturales propias y originales, en las cuales cada miembro se identifica, más allá de la especificidad del lugar en el cual se encuentra viviendo provisionalmente. Esta especie de metalenguaje es universal, viene compartido por el mundo estudiantil en su conjunto, está por encima de las barreras territoriales. Esto mismo facilita el intercambio entre los estudiantes, lo cual no vale sólo para el pasado, para la edad de la peregrinatio academica, sino que constituye todavía hoy una de las condiciones sobre la cuales se basa el éxito de los programas de movilidad estudiantil. Típico ejemplo de ese protocolo son los ritos de iniciación que han cambiado en las distintas épocas, adecuándose a los cambios culturales efectuados, pero que han dejado, en algunos casos, tras de sí, huellas profundas.

Pienso, por ejemplo, en el rito de la depositio, de moda en las universidades en la edad moderna, que se desarrollaba con una precisa liturgia formalizada en pequeños manuales impresos. El novato, el beanus, era considerado una bestia inmunda que tenía que someterse a un rito de purificación: cuernos, garras, crines, colmillos, imaginados con fantasía, venían limados, cortados. La ingestión de una buena dosis de sal y una abundante bebida de vino purificaban las vísceras, le daban la necesaria sabiduría y señalaban la admisión al grupo. La metáfora de la bestia que hay que redimir evidencia la autoestima que el estudiante tiene del proprio estatus y la alteridad del grupo respecto al resto de la sociedad. Esta antigua ceremonia que se celebraba todavía en el siglo XVIII no se aleja sustancialmente del bizutage prohibido en Francia hace tan solo una decena de años.

 

Me he dilatado en algunas reflexiones que han acompañado nuestro trabajo preparatorio con el fin de mostrar que nuestro trabajo se ha querido fundar en concretas bases historiográficas. Pero organizar, crear un museo quiere decir también y sobre todo, seleccionar los objetos de la exposición, elegir una fórmula expositiva adecuada, organizar el museo en función de los conceptos que se quieren transmitir.

Cada generación de estudiantes, a veces cada grupo de estudiantes ha producido sus símbolos, sus signos de identidad, pero las transitorias condiciones de los estudiantes no ha favorecido la conservación ni la transmisión. Recuperarlos, saberlos interpretar es otra tarea que seguirá empeñándonos para dibujar la trama de continuidad y cambios en cuyo interior describir las múltiples expresiones de la vida estudiantil.

 

No es posible describir analíticamente los numerosos testimonios que nos han transmitido todos los estudiantes de todas las épocas. Nosotros hemos podido recoger, catalogar y exponer tan sólo una parte en el Meus.

Se trata de objetos y símbolos con una cualidad metafórica, creados para ser usados en determinadas circunstancias incluso temporales: el estudiante que expresaba su propia devoción a un patrón, que adhería a una natio o que aceptaba ser sometido a un determinado ritual, vivía dentro de un sistema de relaciones y de contextos vitales que han sido cuestionados, comprendidos y representados en el museo. Por lo tanto, cada objeto se ha seleccionado en función de su capacidad para representar emblemáticamente los comportamientos y las expresiones culturales típicas del mundo estudiantil.

La primera sección (la construcción de las señas de identidad del estudiante) discurre por algunos aspectos relevantes de la construcción de esta nueva figura: se comienza con la representación de la Habita de Federico I, base de todas las sucesivas disposiciones para tutelar al estudiante, las cuales se recorren en una serie de escaparates por temas: las formas de organización de la autonomía corporativa de los estudiantes, la organización de los grupos, o naciones, las universidades estudiantiles, los rituales de admisión, las prácticas religiosas, la peregrinatio academica.

La segunda sección (disciplinar y comportamental, los intelectos y los cuerpos) representa los cambios efectuados desde el final del medievo en el papel del estudiante ya sea en relación con la institución, -que registra dentro de la universidad la posición dominante de los maestros y el progresivo vacío de la libertas scholarium- ya sea en relación con las expectativas de la sociedad y del poder político que quieren ejercitar su propio control sobre la formación de las competencias necesarias a cuantos en el futuro asumirán posiciones de relieve en los nuevos órganos estatales. Es este un proceso que se desarrolla a lo largo de la edad moderna, entre los siglos XVI y XIX, que ve el colegio imponerse como la solución más idónea para una formación completa del joven y para su educación, muy tangible ya desde el vestuario que debe diferenciar linaje y estatus jerárquico. Decaída la autonomía de componente estudiantil, las nuevas asociaciones se recortan espacios externos a la universidad que desempeñan funciones de socialización y otorgan su propio reconocimiento a un armamento de emblemas y contraseñas distintivas que aparecen por todas partes –en tazas, jarros, bastones de paseo, pipas, etc.- y a nuevos rituales (p.e. la mensur) que deben consolidar el espíritu de pertenencia. Es siempre en esta fase cuando aparece el valor ideológico y social de la meritocracia: el retrato de los alumnos mejores, o de todos aquellos que han salido de una escuela de elite han ocupado después los despachos públicos más prestigiosos, son propuestos como admonición y promesa a los jóvenes, mientras el deporte se confirma como medio para modelar el tipo ideal del joven intelectual (mens sana in corpore sano).

La tercera sección traza la historia del acceso de la mujer en la universidad, desde la primera mujer licenciada en 1678, hasta su presencia mayoritaria entre los estudiantes universitarios a la que ha llegado actualmente. Esta evolución la recorremos en sus etapas lentas y conflictivas a través de los cambios legislativos, la historia de los tratados y las memorias individuales.

Con la caída del Antiguo Régimen se agota definitivamente la condición privilegiada del estudiante. Estos son ahora, al igual que cualquier otro joven, ciudadanos, y como tales, participan en la vida de la Nación y vienen reclutados para servir en el ejército. Partiendo de esta premisa, la cuarta sección del Meus (estudiantes y política) ilustra el empeño político del joven a lo largo de los últimos dos siglos, desde los batallones estudiantiles activos en la época napoleónica, a los movimientos de unificación nacional a finales del siglo XIX, o a la actividad política en los movimientos liberales como los nacionalistas, o al papel de ayuda y de resistencia en la edad de los regímenes totalitarios hasta llegar finalmente a los años de la contestación.

La quinta sección (el folclore estudiantil) ofrece las actividades prevalentemente lúdicas, promovidas por las tradicionales organizaciones estudiantiles europeas (Goliardia, Faluche, Zofingue, Burschenschaft, Tunos, ecc.): desde los periódicos estudiantiles, a las obras de teatro, de los manifiestos a los indumentos y a las gorras tradicionales, la música, con la posibilidad de elegir a través de las teclas de un juke box, algún documental de fiestas estudiantiles del siglo pasado.

En el Meus la exposición comprende 23 escaparates, 18 monitor que permiten profundizar aspectos y momentos particulares de la historia estudiantil; además se podrá leer alrededor de 200 periódicos y números únicos, se podrá consultar un archivo de antiguos manifiestos estudiantiles de diversos países, una base de datos de más de cuatrocientos mil estudiantes que se han licenciado en Bolonia entre los años 1380-2005, efectuar un recorrido de la extensión del movimiento de las universidades en Europa en los primeros siglos de su historia y tantas otras cosas.

 

Ficha

El museo europeo de los estudiantes tiene su sede en Palazzo Poggi, calle Zamboni, 33, en el 2º piso.

Responsable científico y coordinador: profesor Gian Paolo Brizzi.

La secretaría se encuentra en el Archivo histórico (telf: 051.2088504; e-mail: meus@unibo.it).

 

E Meus se compone del siguiente comité cintífico: Gian Paolo Brizzi (Univ. De Bolonia), Angelo Varni (Univ. De Bolonia), Jacques Verger (Univ. Paris 1-Sorbonne), Jean Philippe Legois (Mission Caarme, Reims), Sjur Bergan (Council of Europe, Dept. of Higher Education and History Teaching), Nuria Sanz (Unesco, World Heritage Centre). Un museo dedicato alla storia degli studenti in Europa, dal dal XII secolo al ‘68 .

 

Dopo oltre dieci anni di lavoro l’Università di Bologna si è arricchita di una nuova e originale struttura museale: il Museo europeo degli studenti.

Come più antica università europea e sede delle prime università studentesche del mondo intero, l’Alma Mater ha promosso un’iniziativa culturale per favorire la conoscenza e lo studio del mondo studentesco, dando vita a una struttura che si proietta oltre il Museo stesso, come centro permanente di documentazione della storia degli studenti.

Il primo progetto da cui è scaturito il Meus nasce dall’incontro fra alcuni storici che studiavano la presenza studentesca nelle Università e alcuni esponenti di associazioni di ex-studenti che desideravano donare oggetti, memorie, giornali legati alla loro esperienza studentesca con l’intento di dare vita ad un’esposizione sul tema delle associazioni goliardiche che avevano caratterizzato la vita universitaria prima del 1968. Quella prima esperienza fece maturare un intento più ambizioso: dare vita ad un’esposizione permanente dedicata alla storia degli studenti universitari europei dalle origini ad oggi.

Furono promossi seminari, convegni, incontri di studio – confluiti poi in volumi miscellanei, monografie, atti di convegno – per interrogarci su cosa rappresenti la storia degli studenti per lo storico delle mentalità collettive, per lo studioso dei processi di formazione delle classi dirigenti, per lo storico del costume e della società. Ci chiedemmo anche quale fosse il modo migliore per cogliere e rappresentare, necessariamente in forma sintetica ed esemplare, l’identità di questa figura. Alle nostre spalle stavano molti esempi di musei universitari ove fra l’altro era dedicato qualche spazio anche alla presenza studentesca -da Lipsia a Utrecht a Würzburg- ma tutti ci apparvero insufficienti a rappresentare in modo adeguato la complessità dell’evoluzione dello studente come figura sociale e componente essenziale dell’istituzione universitaria.

Sapevamo anche che avremmo dovuto fare i conti con il giudizio del mondo accademico, con la sua disponibilità a condividere un tale obiettivo. Ricordavamo le parole con cui Charles H. Haskins aveva esordito nell’ambito di una conferenza dedicata alla figura dello studente medievale: “L’università sarebbe un luogo piacevolissimo se non fosse per gli studenti” disse, riferendo polemicamente l’opinione prevalente fra i colleghi. Le parole di Haskins erano qualcosa di più di un semplice espediente retorico e noi sapevamo che quell’opinione, anche se erano passati circa 70 anni, riscuoteva ancora consensi in ambito accademico. Lo confermano implicitamente le ampie lacune storiografiche ancora riscontrabili nella maggior parte della storiografia universitaria, ove lo spazio riservato alla storia degli studenti si esaurisce spesso nella descrizione di eventi conflittuali, il town and gown della storiografia inglese, o in qualche tavola statistica utile a dimostrare il successo di una scuola o di un maestro. Va anche osservato che gli stessi studenti di ogni epoca hanno favorito ciò: essi hanno spesso preferito auto-rappresentarsi enfatizzando le circostanze più trasgressive della loro esperienza. Questo atteggiamento, che si fonda sulla complicità che alimenta il sentimento dell’amicizia fra i giovani, ha concorso a mantener viva l’immagine degli studenti come “classe potenzialmente pericolosa”, opinione che certo si è rafforzata nell’età dell’Università di massa e della contestazione.

Ci interrogammo sull’opportunità della formula museale: l’ adozione del termine stesso “museo” richiama nel nostro comune sentire l’idea di qualcosa che ha assunto un assetto stabile, definitivo nelle nostre conoscenze e nella funzione che gli è assegnata nel campo del sapere. La condizione di studente è una fase di passaggio nella vita di un individuo, è un’età della vita che lascia alla spalle ben poche scorie utili ad un’esposizione museale; sappiamo anche che molti modi e forme dell’agire giovanile sono prodotti per restare all’interno del gruppo, per rafforzarne l’identità, per rinsaldare i vincoli di solidarietà. Proiettati nel mondo esterno, acquistano spesso un significato che può essere distorto da chi lo registra. Forse potevano essere più adatti i termini di laboratorio di ricerca, di centro di documentazione ma considerammo che l’adozione di una formula museale servisse a riconoscere alla figura dello studente quel ruolo che gli va riconosciuto come componente centrale del mondo universitario.

Quanto alla sede tutti convennero che un tale museo dovesse essere ospitato a Bologna dove, per la prima volta nella storia, gli studenti si erano dati una struttura associativa autonoma, autogovernandosi attraverso l’elezione periodica di rettori, anch’essi studenti, che restarono per secoli l’autorità preminente dello Studium. Il mito del potere studentesco, rivendicato dagli studenti anche durante il ’68, trova qui le sue radici storiche. Qui si sono determinati alcuni dei caratteri fondamentali dell’identità studentesca che, attraverso continue metamorfosi e adattamenti, sono giunti fino a noi. Nei nostri propositi il museo doveva evidenziare sia questo filo rosso che sottolinea gli elementi di continuità nella storia degli studenti ma anche quelle peculiarità emerse nei diversi Paesi, nelle singole università, durante quasi nove secoli di vita universitaria.

Non ci siamo arresi di fronte alle numerose difficoltà incontrate poiché ci convincevamo sempre più che il nostro obiettivo potesse avere un’utilità istituzionale immediata: riannodare i fili di una memoria troppo spesso interrotti può guidare le scelte di quanti hanno un contatto quotidiano con il mondo studentesco. Va detto poi che questa determinazione a non abbandonare il progetto contava sull’appoggio degli organi accademici, sulla loro adesione al significato che il progetto rivestiva, alla sua coerenza con gli sforzi intrapresi in questi anni a favore degli studenti.

 

Ideare un Museo sullo studente

Mentre la selezione e l’accumulo di materiali espositivi cominciava ad arricchire i depositi del futuro museo, il nostro lavoro si rivolse agli aspetti organizzativi ma soprattutto alle linee che avrebbero dovuto guidare le nostre scelte, alle modalità più idonee per rappresentare un concetto o un percorso storiografico attraverso la scelta e l’esposizione di un oggetto.

Il problema era innanzitutto di ordine metodologico e investiva la tipologia delle testimonianze che dovevano essere chiamate in causa. Cominciammo col definire il profilo schematico dell’identità dello studente.

Alcuni termini della questione andavano stabiliti in modo definitivo. Lo studente di cui ci siamo occupati nasce come nuova figura sociale nel XII secolo: nasce a Bologna, a Parigi, a Oxford e riceve nel 1155 dall’imperatore Federico I quel riconoscimento giuridico fondamentale per definire la sua identità (“amore scientiae facti sunt exules”) che costituì la base dei successivi privilegi, concessi da papi, imperatori o principi, che ne definirono lo status sociale e giuridico. Per vari secoli l’identità collettiva di questa figura può essere così riassunta: lo studente è un giovane celibe, di sesso maschile la cui età può variare dall’adolescenza (nel caso delle Facoltà d’arti) fino all’età adulta (per la teologia soprattutto). Al di là della reale età anagrafica, lo studente è “istituzionalmente giovane”, una condizione che talora lo induce ad assumere atteggiamenti che possiamo definire “rabelaisiani” che si nutrono di burle, facezie, travestimenti carnevaleschi. Negli ultimi due secoli questo stereotipo è notevolmente cambiato, vuoi per la crescente presenza femminile, divenuta oramai maggioritaria, per la stabilità della fascia d’età e per la minore incidenza di stranieri all’interno della comunità studentesca.

Lo studente è inoltre, fin dalle origini, una figura presente solo nelle società urbane, una condizione dettata da esigenze materiali e intellettuali: furono le città il terreno di coltura ideale per la crescita di un sapere sempre più secolarizzato e, ora come allora, la città facilita l’incontro con altri intellettuali, maestri o studenti di altre scuole con i quali avere uno scambio di opinioni, un confronto reciproco e continuo di idee.

Lo studente quindi vive in città ma la sua presenza per alcuni secoli non è omogenea a quella degli altri gruppi sociali, a cominciare da quelli dei coetanei: per secoli gli studenti hanno costituito un corpo estraneo nel seno della città, difeso da norme, privilegi e leggi estranee alle consuetudini locali. Fu quindi inevitabile una certa dicotomia fra corpo studentesco e la città che ha dato luogo a una conflittualità sempre possibile, e questa dicotomia è rimasta nel substrato della coscienza collettiva e produce ancora oggi, in circostanze ben diverse da quelle del passato, un atteggiamento distaccato e talora sospettoso nei confronti degli studenti.

Da qui la necessità di creare forme di mutua assistenza, di dotarsi di propri regolamenti, di dar vita a proprie magistrature per affrontare in modo unito e solidale i momenti di pericolo e di tensione che, al di là dell’aneddotica, hanno contrassegnato in modo ricorrente la storia di questo gruppo. Le associazioni studentesche sono ampiamente illustrate nel museo: dalle nationes e universitates medievali alle moderne Burschenschaften fino all’associazioni goliardiche del XIX e XX secolo e ai gruppi nei quali si frantumò il movimento degli studenti del ’67-‘68.

Anche nei meccanismi di socializzazione gli elementi di continuità appaiono evidenti, al di là delle forme assunte nelle diverse epoche. Abbiamo osservato che lo studente era generalmente un immigrato, ma non è mai stato, sotto il profilo sociologico e culturale, un deraciné, come la maggior parte degli immigrati, giacché il gruppo cui appartiene dispone di un proprio galateo, produce espressioni culturali proprie ed originali, nelle quali ogni membro si identifica e attraverso le quali viene identificato al di là della specificità del luogo nel quale si trova provvisoriamente a vivere. Questa sorta di meta-linguaggio è universale, è condiviso dal mondo studentesco nel suo insieme, al di là delle barriere territoriali. Esso facilita gli scambi degli studenti e ciò vale non solo per il passato, per l’età della peregrinatio academica, ma costituisce ancora oggi una delle condizioni su cui poggia il successo dei programmi di mobilità studentesca. Tipico esempio di quel galateo sono i riti di iniziazione che sono mutati nelle diverse epoche, adeguandosi ai cambiamenti culturali intervenuti ma che hanno in alcuni casi lasciato dietro sé orme profonde.

Penso ad esempio al rito della depositio, in voga nelle università nell’età moderna, che si svolgeva con una precisa liturgia formalizzata in manualetti a stampa. La matricola, il beanus, era considerata come bestia immonda che doveva sorroporsi ad un rito di purificazione: corna, artigli, criniera, zanne, fantasiosamente immaginate, venivano limate, tagliate, mozzate. L’ingestione di una buona dose di sale e un’abbondante bevuta di vino ne purificavano le viscere, gli donavano la necessaria saggezza e ne segnavano l’ammissione al gruppo. La metafora della bestia da redimere evidenzia l’autostima che lo studente ha del proprio status e l’alterità del gruppo rispetto alla restante società. Questo antico cerimoniale che era ancora in atto nel ‘700, non differisce sostanzialmente dal bizutage proibito in Francia solo una decina di anni fa.

Mi sono dilungato su alcune delle riflessioni che hanno accompagnato il nostro lavoro preparatorio, allo scopo di mostrare come esso abbia voluto fondarsi su precise basi storiografiche. Ma allestire far nascere un museo ha voluto dire anche e soprattutto selezionare gli oggetti da esporre, scegliere una formula espositiva adeguata, allestire il museo in funzione dei concetti che si sono voluti privilegiare.

Ogni generazione di studenti, talora ogni gruppo studentesco, ha prodotto i suoi simboli, i suoi segni distintivi ma la transitorietà della condizione studentesca non ne ha favorito la conservazione e la trasmissione. Recuperarli, saperli interpretare è stato un altro compito che continuerà ad impegnarci per disegnare la trama di continuità e mutamenti al cui interno descrivere le molteplici espressioni della vita studentesca.

 

L’impianto del Meus

Non è possibile descrivere analiticamente le numerose testimonianze che, fra quante gli studenti di ogni tempo ci hanno trasmesso, noi abbiamo potuto raccogliere, catalogare e, in parte soltanto, esporre nel Meus.

Si tratta in ogni caso di oggetti e simboli con qualità metaforiche, creati per essere usati in determinate circostanze anche temporali: lo studente che esprimeva la propria devozione ad un certo patrono, che aderiva ad una natio o che accettava di essere sottoposto ad un determinato rituale viveva all’interno di un sistema di relazioni e di contesti vitali che sono stati interrogati, compresi e rappresentati all’interno del museo. Ogni oggetto è stato quindi selezionato in funzione della sua capacità a rappresentare emblematicamente i comportamenti e le espressioni culturali tipiche del mondo studentesco.

La prima sezione (La costruzione dei caratteri identitari dello studente) vuole ripercorrere alcuni degli aspetti salienti della costruzione di questa nuova figura: si comincia con la rappresentazione della Habita di Federico I, fondamento di ogni successiva disposizione a tutela dello studente di cui si ripercorrono, in una serie di vetrine a tema, le forme organizzative dell’autonomia corporativa degli studenti, l’organizzazione dei gruppi, o nazioni, e delle università studentesche, i rituali di ammissione, le pratiche dovozionali, la peregrinatio academica.

La seconda sezione (Disciplinare i comportamenti, gli intelletti e i corpi) rappresenta i mutamenti intervenuti dalla fine del medioevo nel ruolo dello studente sia in rapporto all’istituzione -che registra dentro le università la posizione dominante dei maestri e il progressivo svuotamento della libertas scholarium- sia alle attese della società e del potere politico che vuole esercitare il proprio controllo sulla formazione delle competenze necessarie a quanti saranno chiamati ad assumere posizioni di rilievo nei nuovi apparati statuali. E’ questo un processo che si svolge lungo il corso dell’età moderna, fra il XVI e il XIX secolo, che vede il collegio imporsi come la soluzione più idonea per una formazione integrale del giovane e per il suo disciplinamento, ben avvertibile fin dagli abbigliamenti che devono differenziare appartenenze e status gerarchico. Venuta meno l’autonomia della componente studentesca, le nuove associazioni si ritagliano spazi esterni alle università che assolvono funzioni di socializzazione e affidano la propria riconoscibilità ad un armamentario di emblemi, di contrassegni distintivi che ricorrono ovunque – su tazze, boccali, bastoni da passeggio, pipe, ecc.- e a nuovi rituali (es. la mensur) che devono rinsaldare lo spirito di appartenenza. E’ sempre in questa fase che emerge il valore ideologico e sociale della meritocrazia: il ritratto degli allievi migliori, o di quanti usciti da una scuola d’élite hanno poi ricoperto gli uffici pubblici più prestigiosi, sono proposti come monito e promessa ai giovani, mentre lo sport si afferma come mezzo per modellare l’ideal-tipo del giovane intellettuale (mens sana in corpore sano).

La terza sezione ripercorre la storia dell’ingresso della donna nell’università, dalla prima laureata, nel 1678, al ruolo maggioritario cui è pervenuta oggi la presenza femminile fra gli studenti universitari. Questa evoluzione viene ripercorsa nelle sue tappe lente e contrastate, attraverso i mutamenti legislativi, la trattatistica, le memorie individuali.

Con il tramonto dell’antico regime si esaurisce definitivamente la condizione privilegiata dello studente. Questi è ora, al pari di ogni altro giovane, un cittadino e come tale partecipa alla vita della Nazione ed è chiamato a servire in armi la Patria. Partendo da questa premessa, la quarta sezione del Meus (Studenti e politica) illustra l’impegno politico del giovane nel corso degli ultimi due secoli, dai battaglioni studenteschi attivi in età napoleonica, nei movimenti di unificazione nazionale del XIX secolo, all’attività politica nei movimenti liberali come in quelli nazionalistici, al ruolo di sostegno o di resistenza nell’età dei regimi totalitari, per approdare infine agli anni della contestazione.

La quinta sezione (Il folklore studentesco) propone le attività, prevalentemente ludiche, promosse dalle tradizionali organizzazioni studentesche europee (Goliardia, Faluche, Zofingue, Burschenschaft, Tunos, ecc.): dai giornali studenteschi, alle piéces teatrali, dai manifesti agli abbigliamenti e ai copricapo tradizionali, alla musica, con la possibilità di scegliere, attraverso i tasti di un juke box, alcuni filmati di feste studentesche del secolo scorso.

Nel Meus, gli allestimenti comprendono 23 vetrine, 18 monitor che consentono di approfondire aspetti e momenti particolari della storia studentesca; si possono leggere circa 100 giornali periodici o numeri unici, consultare un archivio di antichi manifesti studenteschi di vari Paesi, interrogare un data base con i dati di oltre quattrocentomila studenti che si sono laureati a Bologna fra il 1380 e il 2005, ripercorrere la diffusione del movimento delle università in Europa nei primi secoli della sua storia e tanto altro ancora.

 

 

 

MEUS The European Museum of Students at the University of Bologna.

 

The European Museum of Students is the result of over ten years of work and is an original and valuable addition to the museums of the University of Bologna, the oldest university in Europe and one of the earliest student universities in the world. It is thus fitting that the University of Bologna should take steps to promote the knowledge and study of the student world with a centre for the documentation of student history, hence a location going beyond the function of an ordinary museum.

MEUS initially grew out of an encounter between a number of historians studying student presence at universities and members of former student associations who wished to donate memoirs, journals, press articles and other items related to their experience as students and intended these to be part of an exhibition on the goliard associations which had characterized university life in Italy before 1968. That event led to the more ambitious aim of creating a permanent exhibition on the history of university students in Europe from its origins until the present.

Seminars, conventions and workshops were held – and the proceedings thereof were published in various formats – on what student history means to the social historian, the historian of social attitudes, the political scientist or to those who study the creation of the ruling classes. We also examined how best to represent the figure of the student within the confines in which we were working. Plenty of university museums already existed with some space devoted to student presence, such as Leipzig, Würzburg or Utrecht, but we felt none were sufficiently representative of the complex evolution of the student as a member of society and an essential component of the university as institution.

We also realized we would have to confront the opinion of the academic world and see whether it was prepared to share our aim. We recalled Charles H. Haskins’ polemical opening remarks at a conference on the figure of the medieval student that a university would be an extremely pleasant place if it were not for the students, which reflected the opinion prevalent among his colleagues at the time. Haskins’ remarks were thus more than mere rhetoric and although some seventy years had passed since he had made them, we knew that many academics still concurred wholeheartedly. This is confirmed by the large gaps still existent in university historiography: student history is quickly dispatched with accounts of conflict between students and locals – traditionally known as “town and gown” in English historiography – or with a few statistics illustrating the success of a particular school or don. It must be said that students themselves throughout the ages have encouraged this tendency by preferring to focus on the seamier side of the student experience, due to the complicit nature of friendship among the young. This attitude has kept alive the image of students as a “potentially dangerous class” and that opinion was in turn strengthened during the era of demands for university education for all and of student protest.

We then looked at the suitability of the museum format. The very term “museum” calls to mind something which is stable and definitive in relation to knowledge and which thus has an equally stable and definitive function. Being a student is a stage in an individual’s life which leaves behind very few traces of any use to being displayed in a museum. We also know that many of the ways in which young people behave remain confined within a particular group to strengthen its identity and the bonds between members. Seen from the outside, this is often distorted by those who record it. Such terms as “research workshop” or “centre for documentation” might have been more appropriate but we considered that the museum format would allow recognition of the central role of the student within the world of the university.

 

 

Everyone agreed that this museum should be located in Bologna since that was where, for the first time in history, students created their own independent association and governed themselves through the regular election of chancellors who were also students and who remained the pre-eminent authority of the Studium for centuries. Thus the myth of student power, which was the rallying cry during the protests of 1968, has real, historical roots and it was Bologna which saw the origin of a number of fundamentals of student identity. Despite continual transformations and adaptations, those fundamentals are still with us and we intended our museum to emphasize both this continuity in student history and the peculiarities of individual universities in various countries throughout almost nine centuries of university life.

The many difficulties we encountered only increased our conviction that our project might be of immediate use institutionally speaking: filling in the many gaps in the records might help those in daily contact with the student world to make the right choices. Our determination to go forward had the support of a number of academic bodies who understood the significance of the project and that it was consistent with action taken in favour of students in recent years.

 

Devising a Museum of Students

As the material we selected and collected for display was beginning to pile up in the deposits of our future museum, we were also working on organization and the right ways and means of representing our concept of, or atttitude towards, historiography which would be apparent in the items that we chose and how we displayed them. The problem was first and foremost one of method, concerning the type of items and records we should use. We began by establishing the historical identity of the student and providing a timely definitive profile of this figure.

Students – as we understand them – arose as new figures in society in the 12th century in Bologna, Paris and Oxford. In 1155, Emperor Frederick I granted them the legal recognition fundamental to their identity, (amore scientiae facti exules), which was the basis for subsequent privileges granted by popes, emperors or princes and defining their social and legal status. For several centuries, students were typically young, single and male, ranging in age from adolescents, (in the faculty of arts), to adults (particularly in theology). Aside from their real age, students were “institutionally young”, which at times led them to indulge in what might be termed “Rabelaisian” behaviour, involving practical jokes, facetiousness and dressing in a style more appropriate to carnival than anything else. This stereotype has changed considerably over the last two centuries, partly because of the growing number of female students, who now account for the majority, and also because the age factor has stabilized and there are fewer foreigners in a given student community. Since their origins, students have only been present in urban societies because of material and intellectual considerations. Towns were the ideal place for increasingly secularized knowledge to grow and, then as now, towns facilitated encounters with other intellectuals, dons or students from other institutions with whom opinions and ideas could be exchanged continually. However, although students lived in towns, for several centuries they did not fit in with other social groups, particularly their non-student peers, and were something of a foreign body, protected as they were by privileges and laws which did not apply to the local population. The dichotomy between student body and town thus inevitably meant conflict could always arise and this dichotomy has remained in the attitude of society with the result that even today, although circumstances differ greatly from the past, local people are liable to remain detached from and suspicious of students. This led to the creation of forms of mutual assistence, of independent regulations and of independent legal authorities to deal with those dangers and tensions which have been a constant in student history and not merely the stuff of legend. And the Museum has a great deal of material on student associations, whether the medieval nationes and universitates, the later Burschenschaften, the goliard associations of the 19th and 20th centuries and the offshoots of the student movement of 1967-68. And although forms may have changed through the ages, elements of continuity are apparent in how students socialize. Students have generally been immigrants yet, unlike most immigrants, have never been rootless because the group they belong to has its own code of manners and own original cultural forms with which members identify – and are identified – beyond the specific place where they are living temporarily. This is a sort of universal metalanguage and is shared by students as a whole across territorial barriers, enabling exchanges between them, which is as true in today’s age of student mobility programs as it was in that of the peregrinatio academica in the past. Typical of a student code of manners might be one of the many rites of initiation which have had a lasting impact, despite cultural changes through the centuries: a good instance is the rite of depositio in vogue in the modern age with a “liturgy” so precise as to be set down in printed manuals. A freshman – known as a beanus – was considered a beast of such filth as to require subjection to a rite of purification: imaginary claws, crests and fangs were filed down, blunted or removed and the subject’s innards were purified by having to swallow a large dose of salt washed down with plenty of wine. The freshman thus acquired the necessary wisdom and was admitted into the group. The metaphor of the beast that needed cleansing shows the self-confidence students had in their status and their haughty attitude towards the rest of society. This ancient ceremony was still being performed in the 18th century and does not differ greatly from that of le bizutage prohibited in France only some ten years ago.

These remarks on several reflections accompanying our preparations are intended to show how those preparations were carefully grounded in historiography. However, the main concerns when starting a museum are selecting items for display, finding the right formula for selection and structuring the museum so that it reflects the concepts intended by its founders. Every generation of students and, at times, every student group has produced its symbols and distinguishing signs but the transitory nature of student existence has been of no help in conserving them and passing them on. Retrieving them and knowing how to interpret them is a further task which will continue to claim our attention when tracking both the continuity and the changes in the many expressions of student life.

 

MEUS Structure and Content

This is neither the time nor place for an analytical description of the many items left by students from all eras which we have collected, catalogued and, albeit only in part, have put on display at the Meus. All of them are items and symbols with metaphorical qualities, created for use in given circumstances or at certain times: a student’s devotion to a patron, membership of a natio or consent to subjection to a ritual all show they lived in a system of relations and contexts and it is these on which the museum intends to focus. Thus the criterion for selecting each item is its ability to represent behaviour and culture typical of the student world.

The first section is devoted to The Construction of Student Identity and is intended to show several salient aspects of how the figure of the student came into being. We begin with the Habita of Frederick I, the foundation for all subsequent measures in favour of students, and a series of display cases showing forms of student independence, how groups, nations or student universities were organized, rituals of admission, devotional practices and the peregrinatio academica.

The second section, (Disciplining Behaviour, Intellect and the Body), concerns changes since the end of the medieval era in the role of the student in relation both to institution – with the increasing dominance of the dons and gradual loss of the libertas scholarium – and to the expectations of society and politicians intending to control the acquisition of the skills necessary for those who would be required to run the new apparatus of government and state. This process went on through the modern age, from the 16th to the 19th centuries, with the rise of the college as the most suitable solution for the all-round education and discipline of the young and this was readily apparent even in dress codes intended to show where students belonged and their status in the hierarchy. With the loss of student independence, the new associations created their own areas for socialization outside the university and employed a range of emblems and distinguishing signs on everything such as cups, mugs, walking sticks, pipes, etc. and new rituals like the mensur to show others who they were and strengthen their own sense of belonging. It was also at this time that the meritocratic became an ideology and social value: portraits of the best pupils or those from élite schools were hung in major offices of government as an incentive for the young to emulate. This was also the era when sport became the means to shape the ideal young intellectual with the notion of mens sana in corpore sano.

The third section looks at the history of how women entered university, from the first female graduate in 1678 to today, when the majority of university students are female. The stages of this evolution are followed with all their setbacks and conflict through changes in legislation, treatises on the subject and individual accounts and memoirs.

The collapse of the ancien regime meant students were no longer a privileged group apart and that, as citizens like all the other young, they now participated in the life of the Nation and had to serve it militarily. This is the starting point for the fourth section on Students and Politics, concerning the political involvement of the young over the last two centuries, with exhibits on student battalions in the Napoleonic era, student partipation in 19th century national unification movements, in liberal or nationalistic organizations, supporting or resisting totalitarian regimes and on the years of student protest.

The fifth section is on Student Folklore and focuses on the mainly leisure and play-oriented activities promoted by the traditional European student organizations, (Goliardia, Faluche, Zofingue, Burschenschaft, Tunos, etc.). Student newspapers, stage plays, posters, clothing, traditional headgear and music are featured and pressing the keys on a jukebox enables selection of a number of films of 20th century student parties.

The Meus has 23 display cases and 18 monitors offering detailed information on particular aspects and periods of student history. Some 200 newspapers, periodicals or one-off publications may be read, an archive of early student posters from various countries may be accessed, there is a database on over 400,000 students who graduated from Bologna university between 1380 and 2005, the early centuries of the spread of the university movement through Europe and much more.

 

 

 

 

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