Es prácticamente imposible escribir una elegía de un querido amigo muerto sin incurrir en lugares comunes. Pero por trillada que esté la frase, no es menos cierto que la desaparición de Pedro Luis Tedde de Lorca deja a la Historia Económica española muy desarbolada, y que su ausencia será muy sentida en España, en América, y en todos los ámbitos geográficos y ramas científicas de la disciplina. Piero era un hombre muy sencillo y a la vez, misterioso, porque, sin dejar de ser Piero para sus amigos, de ser un hombre entero y sincero en sus relaciones humanas, tenía una cantidad de facetas e intereses, que incluso a los que le conocíamos muy bien nos sorprendía con insospechadas obras y conocimientos, y con facetas de su personalidad y aspectos de sus intereses, que no habíamos vislumbrado. Su trato afable y cortés ocultaba, sin dobleces, profundidades y matices que, por su modestia y discreción, raramente salían a la superficie. Un ejemplo clásico de esto ha sido el que las primeras notas necrológicas hayan caracterizado a Piero no sólo como historiador económico, sino como poeta, algo que sin duda habrá sorprendido incluso a algunos colegas que tenían con él trato frecuente. Pues sí, Piero publicó varios tomos de excelente poesía, muy apreciada y elogiada en círculos literarios que él frecuentaba sin secretismo, pero también sin esforzarse por fundir en uno ambos círculos, el literario y el académico. A mí, por ejemplo, me regaló alguno de sus libros de poesía porque sabía de mi afición al género, pero apenas llegué a conocer directamente a algún miembro de los círculos literarios que frecuentaba. Tacto, finura, discreción, modestia, sin alardes de ningún tipo, éstas eran algunas de las muchas cualidades de Piero que uno iba percibiendo en él a medida que le iba conociendo más.

Nacido en Málaga de padre italiano y madre andaluza, pasó en su ciudad natal la infancia y la adolescencia. Los íntimos le llamábamos Piero justificadamente, ya que, sin duda por preferencia paterna, fue inscrito en el registro de nacimientos como Piero Luigi. Terminados sus estudios de enseñanza media en los Maristas, vino Piero a Madrid a estudiar economía en la Universidad Complutense, mostrando pronto particular interés por la historia económica y también por la historia del pensamiento económico. Este último interés le hizo pronto colaborar con Pedro Schwartz y bajo su tutela se licenció brillantemente en 1970. Por aquel entonces, en el Servicio de Estudios del Banco de España acababa de formarse un pequeño grupo de investigadores dedicados a la historia económica, con especial atención, naturalmente, por la historia monetaria y financiera, grupo que yo coordinaba. Pedro Schwartz, que formaba parte del cuerpo de economistas del Servicio de Estudios, era de ellos el que más interés tenía en temas de historia. Ya por entonces nos unía a Pedro y a mí una buena amistad, y habíamos colaborado en varios libros de historia que el Banco había publicado. Pedro propuso incorporar a Piero al grupo y así fue como yo le conocí.

Pronto pude darme cuenta de las cualidades intelectuales que le adornaban, además de las de discreción, exquisita cortesía y buen trato a las que antes me referí. Nuestra misión en aquellos años era producir un estudio sobre la banca española de finales del siglo XIX y principios del XX, y el equipo lo formábamos cinco investigadores: Pedro, Piero, Rafael Anes, Diego Mateo del Peral, y yo mismo. El equipo funcionó, y en 1974 se publicó en dos volúmenes la obra titulada La banca española en la Restauración, fruto de nuestros esfuerzos. Aunque se trata de una obra bien conjuntada, se componía de una serie de capítulos que iban firmados cada uno por aquél que lo había redactado y llevado a cabo la mayor parte de la investigación. Tanto Piero como Rafael, más adelante utilizaron sus respectivos capítulos como base de sus tesis doctorales. Con gran dolor de mi corazón yo no pude figurar ni como director de ellas, ni siquiera como miembro de sus tribunales, ya que por aquel entonces yo era profesor de la Universidad de Pittsburgh, estaba en España con excedencia de aquella universidad e invitado por el Banco para llevar a cabo el proyecto; no formaba parte por tanto de ningún claustro universitario español. En todo caso, a Piero no le hacía falta mi presencia, y obtuvo con su tesis el premio extraordinario de doctorado.

Así se inició una carrera de docencia e investigación que ha convertido a Piero en uno de los mejores historiadores económicos de España. Al terminar mi contrato yo me volví a Pittsburgh y cuando regresé a España años más tarde fue ya para hacer una oposición a una plaza en la Universidad Complutense. Nunca volví a ser empleado del Banco de España. En cambio, Piero se quedó y terminó siendo, además de profesor y catedrático en varias universidades sucesivamente, el puntal de la historia económica en el Banco, puesto del que se jubiló hace relativamente poco.

Hay dos versos del “Retrato” de Antonio Machado que acuden a mi mente cuando pienso en Piero. Incidentalmente debo decir que Antonio Machado no era el poeta favorito de Piero aunque el día en que me lo hizo saber, añadió: “Naturalmente que es un altísimo poeta”. Pero enseguida caí en que la poesía de Piero era más modernista, e incluso futurista, que la de Machado, que él estaba más cerca de Juan Ramón que del poeta sevillano. Sea como fuere, el primero de estos versos machadianos que recuerdo es: “al cabo, nada os debo, debeisme cuento he escrito”. En efecto, aparte de sus libros de poemas, a Piero le debemos numerosas y brillantes incursiones en el terreno de la historia económica. Con esa calma suya característica y la deliberación y esmero que ponía en la investigación y la redacción (Ángel Rojo, impaciente con el ritmo al que Piero iba dando a la imprenta los volúmenes de su imponente historia del Banco de España, le dijo un día en broma y con evidente exageración que escribía en tiempo real: tardaba un año en escribir sobre un año de la historia del Banco) no sólo nos ha dejado una espléndida narrativa analítica del primer siglo de nuestro banco central, sino que ha producido magistrales monografías sobre otros temas bancarios, y no bancarios, así como una cuidada edición de un clásico y pionero de la historia bancaria española, la Historia de los Bancos… de Ramón de Santillán. Pero el registro de Piero era extenso: es difícil trabajar sobre bancos en el siglo XIX y no encontrarse con el tema ferroviario, al que Piero dedicó trabajos muy sólidos, especialmente a las compañías ferroviarias andaluzas. También publicó un luminoso trabajo sobre los problemas del desarrollo económico de Andalucía. Son varias e importantes las contribuciones que hizo a la mejora de nuestro entendimiento de la Hacienda del siglo XVIII (por ejemplo, la que publicó en el Tomo XXX de la Historia de España de Menéndez Pidal) y, para el mismo período nos dejó una excelente estimación de la evolución de la base monetaria metálica. También coordinó un libro colectivo sobre la economía española en 1898, con motivo del centenario, que incluye un valioso panorama suyo sobre el tema. Hizo asimismo incursiones en la historia económica del siglo XX, con, por ejemplo, un número de la revista Ayersobre El Estado y la modernización económica. Como científico social Piero unía a una gran curiosidad que le impedía especializarse excesivamente una inteligencia clara y un buen hacer que hacían de la lectura de sus trabajos una tarea muy placentera y estimulante. Gracias a Piero hoy conocemos mucho más y mejor de la historia económica, de España, por supuesto, pero no sólo. El trabajo de Piero y, por qué no decirlo, su amabilidad, discreción y diplomacia, fueron bien reconocidos: fue presidente de la Asociación Española de Historia Económica y miembro de varias academias, entre ellas la Española de la Historia.

El otro verso del “Retrato” de Machado que me recuerda a Piero es aquel que dice: “soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. Piero, en efecto, era bueno en el buen sentido de la palabra. Eso lo saben mejor que nadie su esposa, Piti Orozco, y su hija Soledad. Era bueno por naturaleza y por elección, era bueno por inteligencia y por discreción. No era ingenuo, pero sí era inocente, porque no sólo era una buenísima persona él, sino que creía que los demás también lo eran y se quedaba sinceramente sorprendido cuando alguien mostraba menos buena voluntad de la que él siempre tenía. En un hombre tan inteligente como Piero, esta creencia tan incondicional en el prójimo era prueba de su integridad, de su delicadeza y de su inocencia.

Con Piero Tedde hemos perdido un gran poeta, a un gran estudioso, a un gran historiador y, sobre todo, a un gran amigo.

Gabriel Tortella