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Modelos de universidad en los dominios europeos de la monarquía hispánica (1550-1650) di Gian Paolo Brizzi

brizziEl amigo Gian Paolo Brizzi nos a tenido la cortesia  de publicar su discurso en los “Modelos de universidad en los dominios europeos de la monarquìa hispànica (1550-1850)”  en la Ciudad de México en los últimos días, en nuestro sitio accademiasarda de  cultura y  historia y lengua, para celebrar el octavo aniversario del nacimiento d’este blog que tuvo lugar el 8 de octubre de 2008. Le damos las gracias de todo corazón.

 messinaEntre 1550 y 1650 se fundaron en Europa más de 60 universidades y muchas de estas surgieron en los dominios de la Monarquía hispánica: si se exceptúa el mundo germánico donde la fractura de confesión tuvo un efecto multiplicador sobre los asentamientos universitarios, la Monarquía de los pequeños Austrias, sometida a insistentes demandas de los gobiernos locales, resulta en Europa la más activa incentivando la fundación de nuevas universidades y exportando, a su vez, el modelo institucional al Nuevo Mundo. A lo largo del extenso reinado de Felipe II se echaron las bases para una más sistemática oferta de instrucción superior. Se trató de un trámite complejo que requirió, en algunos casos, un esfuerzo que se prolongó durante varios decenios, pero que llevó, en el arco de tiempo aquí considerado, a resultados que modificaron sensiblemente la geografía del orbis academicus. Al inicio de su reinado Felipe II podía contar en los territorios europeos de la Monarquía hispánica con una equilibrada distribución de sedes universitarias: Catania en el Reino de Sicilia; Nápoles en el homónimo reino; Pavía en el Ducado de Milán; Lovaina en los Países Bajos. Con exclusión del Reino de Cerdeña, las principales presencias territoriales de los dominios hispánicos en Europa disponían, desde principios de siglo, de la presencia de un centro de la vida cultural y de la difusión de la instrucción superior; con todo, en la primera Edad Moderna las sedes universitarias de esos territorios incluso duplicaron su número. Esta actividad efervescente fue fruto de múltiples factores que maduraron durante la primera Edad Moderna y marcaron el inicio del abandono de la tradicional forma corporativa, anticipando la centralización del gobierno de las universidades, consideradas no ya como una realidad independiente del contexto de los otros lugares de instrucción, sino como segmento englobado en el conjunto del sistema de instrucción pública dependiente del Estado. Las universidades nacidas en los dominios europeos de la Monarquía hispánica en la primera Edad Moderna consienten individuar, comparando las nuevas sedes universitarias y las ya existentes, los factores de cambio que constituyeron un paso hacia la universidad moderna. El crecimiento numérico de las sedes universitarias fue fruto de extenuantes negociaciones, enérgicos conflictos entre las diversas partes en juego, elaboradas acciones de presión y hábiles mediaciones. Baste considerar, para mostrar cuanto hemos dicho, el tiempo transcurrido, en las universidades de las que trataremos, entre el primer proyecto y el concreto inicio de la actividad didáctica. Transcurrieron nada menos que 31 años entre la instancia presentada en 1531 por la junta ciudadana de Douai al emperador Carlos V –para satisfacer una exigencia muy sentida por la comunidad de hablantes en lengua francesa que vivían en las provincias meridionales de los Países Bajos- y la inauguración del nuevo Studium generale en 1562. Mucho más laborioso fue el nacimiento de las dos universidades sardas, Cagliari y Sassari: la primera hubo de esperar 83 años y la segunda 89 años. Proceso, por lo tanto, elaborado, donde nada se daba por descontado, entre otras cosas porque a menudo la petición de fundación se enfrentaba con la resistencia de los ateneos que ya operaban y que veían en cada nuevo asentamiento universitario una potencial reducción del propio papel. Junto a los tradicionales promotores de un nuevo Studium generale – patriciados urbanos, principes territoriales, corporaciones doctorales- a mitad del s. XVI asoma un nuevo sujeto, la Compañía de Jesús, que en pocos decenios realizó en Europa una red supranacional de universidades y semi-universidades. Otras órdenes religiosas se dedicaban a la enseñanza y otras se sumaron más tarde, tras el Concilio de Trento, aunque el papel de los jesuitas representó en el contexto de la instrucción pública una realidad realmente extraordinaria tanto por sus dimensiones, cuanto por los efectos que produjo. La universidad “batie en homme” (es decir constituida de hombres), como le gustaba definirla al jurista francés Ètienne Pasquier, para recordar la importancia del elemento corporativo como eje portante de las universidades tradicionales, del papel social y político de la clase doctoral, tuvo que medirse con la fuerza novedosa del modelo organizativo e institucional de los colegios creados por los jesuitas para ejercer la enseñanza pública. En los antiguos estados italianos el éxito de los jesuitas se encuadra en el clima general de afirmación del Estado confesional y avanza con el arraigo del dominio español; no fueron diversas las condiciones y las circunstancias que favorecieron la afirmación de los colegios de la Compañía en las ciudades universitarias de los Países Bajos españoles. Fue el virrey de Sicilia, Juan de Vega, quien favoreció el asentamiento en Mesina de los jesuitas para crear la segunda Universidad del reino; establecieron también buenas relaciones con el virrey de Nápoles, los gobernadores de Milán y los embajadores españoles en Roma. Fue una princesa de origen español, Eleonora de Toledo, mujer de Cósimo I de los Medici, quien los introdujo en Toscana, mientras que en Venecia se divulgaba la voz de que los jesuitas trabajaban al servicio del rey de España como espías. Excepto Roma, la propia geografía de sus asentamientos escolares revela dicha relación privilegiada: las escuelas más importantes se encuentran en las ciudades bajo dominio español: Mesina, Siracusa, Nápoles, Palermo; Milán se convertirá en la sede del principal colegio de Italia septentrional, debilitando así el papel monopolizador de la Universidad de Pavía. Para comprender plenamente el papel como promotor de institutos de instrucción superior y de un modelo organizativo e institucional alternativo al de las universidades históricas, podemos adoptar la distinción propuesta por Karl Hengst, el cual distinghe modalidades y papeles diversos, por ejemplo, pequeños colegios que disponían de alguna clase literaria y de alguna potencial enseñanza de filosofía, de los que no nos ocuparemos en este trabajo; colegios donde estaban presentes todas las materias previstas por la Ratio Studiorum, hasta las clases del curso teológico, definidas semi-universidad y que podían asumir, valiéndose de docentes externos para la enseñanza de las materias jurídicas y médicas, el estatus de una universidad, es decir, de un Studium generale, según el modelo de sus colegios de Graz, Paderborn, Dillingen, adoptando una fórmula de total independencia de cualquier autoridad externa.

lovaniioEnumeraremos a continuación algunas de las características del origen del modelo de universidad y de la estructura organizativa e institucional asumidas por los institutos superiores de los jesuitas: La adopción en todas sus escuelas, en primer lugar, del mismo modelo didáctico, que reglamentaba detalladamente los programas y la actividad cotidiana de los docentes, la mejor conocida como Ratio Studiorum, fruto de una experiencia madurada en diversos países europeos y extra-europeos. Un sistema gradual de aprendizaje, regulado por la introducción de las clases y acompañado de exámenes para el nivel sucesivo, los cuales tenían que marcar el calendario curricular de cada estudiante. Uso de criterios científicos en las pruebas escolares, uso adecuado de la emulación y de la competición para incentivar el empeño del estudiante. Enseñanza y títulos académicos gratuitos. Pruebas actitudinales de los docentes en el progresivo pasaje a las clases superiores. Supervisión trienal de las condiciones físicas e intelectuales de cada miembro de la Compañía para disponer de un empleo más eficaz. Posibilidad de movilidad frecuente de los propios docentes en función de las exigencias del propio sistema educativo.

ratio-studiorumEn resumen, los jesuitas dio lugar a un modelo institucional de educación superior totalmente alternativa al modelo corporativo siendo frecuente en las universidades de la época. Otras órdenes religiosas tenían sus propias escuelas, pero los jesuitas habían establecido la estructura orgánica y la enseñanza de su red transnacional de las escuelas de vista científico, un modelo que anticìpa muchas decisiones tomadas en la época de la Ilustración Gracias a los privilegios pontificios conferidos a la Compañía de Jesús entre 1552 y 1578 el problema de las concesiones del Ius promovendi (bachillerato, diploma, licenciatura) encontró una solución no solo para los novicios de la Compañia, sino también y sobre todo para los estudiantes externos , reforzando de este modo, la independencia de sus colegios y proporcionando una sólida base al derecho universitario de la Compañía. Sus colegios podían ejercer la enseñanza en concomitancia con las universidades ya existentes o bien de modo independiente. Se trató de unas medidas innovadoras en el campo tradicional del derecho universitario que constituyó, como ha remarcado Antonio Aquino, un cambio en este ámbito del derecho común. En virtud del derecho pontificio, podían enseñar independientemente de la voluntad de los entes académicos locales. De este modo vino a crearse en torno a las actividades didácticas de los jesuitas un auténtico derecho universitario que al no poder ser asimilado al modelo vigente de los Estudios generales, constituyó una realidad paralela e independiente. Se trataba de innovaciones que arriesgaban en continuación entrar en conflicto con el Ius academicum, con consecuencias que no tardaron en mostrarse: a este propósito bastaría recordar los casos de París y Venecia, aunque también en los casos de las universidades de las que nos ocupamos, no faltaron incidentes clamorosos. Los numerosos factores que podían rendir inconciliable la fórmula de los colegios de los jesuitas con la de las universidades sugirió en algunos casos la adopción de formas graduadas de colaboración con las universidades tradicionales, como en el frecuente caso de colaboración entre los profesores del curso de teología. Sin embargo, esta flexibilidad no evitó los conflictos con el tradicional mundo académico temeroso de cualquier tipo de innovación que redimensionara su papel. Por lo que respecta a los dominios europeos de la Monarquía hispánica, los primeros conflictos estallaron con las universidades ya presentes, en concreto con Lovaina, pero los jesuitas tuvieron un papel en todas las nuevas fundaciones de institutos de instrucción superior: no solamente en Douai, Perpiñán, Milán, Mesina, Cagliari y Sassari, sino también a lo largo de una vasta y tupida red de colegios que se diferenciaba por el número de materias impartidas. La universidad de Lovaina representaba en las estrategias políticas y confesionales de Felipe II, un importante baluarte de la ortodoxia: aquí se habían condenado las tesis de Lutero, aquí se imprimieron las primeras ediciones del catálogo de los libros sometidos a censura, y sus teólogos habían participado a las reuniones del Concilio de Trento. La universidad tenía un vasto número de usuarios, disponía de una serie de estructuras de acogida y de academias entre las que despuntaba el seminario de teología requerido por Felipe II y enumeraba en el mismo cuerpo académico maestros famosos como Luis Vives y Benito Arias Montano. No obstante, la demanda de instrucción en la zona meridional flamenca, con gustos culturalmente afines a Francia, se mantuvo alejada de la Universidad de Lovaina, y el consejo ciudadano de Douai inició en 1531 la insistente petición a Carlos V de una universidad autónoma, suscitando de este modo las reacciones negativas de Lovaina, que trató de impedir la concesión a toda costa. Solo después de la Pragmática de 1559 que imponía a los súbditos reales el estudio en las universidades activas en los territorios dependientes de la Monarquía hispánica, Felipe II condescendió a la empecinada insistencia de la ciudad, y tres años más tarde, Douai pudo inaugurar su propio Studium Generale. Dicho Studium había adoptado como propio el reglamento constitucional de la Universidad de Lovaina, motivo por el cual esta pretendió que Douai estuviese supeditada a su jurisdicción. Este hecho suscitó un nuevo contencioso que se aplacó poco a poco a medida que la nueva universidad completó su organización, consiguiendo afirmar su autonomía. La presencia en ambas ciudades de colegios jesuitas abrió un nuevo frente conflictivo ya que muchas disciplinas que se enseñaban en las escuelas de Lovaina y Douai se enseñaban contemporáneamente en las escuelas jesuitas. Fueron inútiles los intentos por obstaculizarlos tanto por la calidad de la enseñanza como por la gratuidad en la emisión de los títulos académicos, un factor este para muchos estudiantes de gran importancia a la hora de elegir universidad. Además, a diferencia de Lovaina, los estudiantes podían adquirir un vasto bagaje al poder confrontar las posiciones teológicas de Michel de Bay (Baius) y sucesivamente las de Giansenio. Perpiñán, en El Rosellón, poseía desde 1350 un privilegio de Studium generale gracias a Pedro IV de Aragón; a dicho privilegio no había subseguido la creación de una universidad estable. La oferta didáctica se limitaba, a principios de la Edad Moderna, a pocas cátedras cuya supervivencia estaba vinculada a la precaria estabilidad de las finanzas de la comunidad ciudadana, lo que provocaba con cierta asiduidad que los estudiantes de la región tuvieran que dirigirse a otros centros, en particular, a la Universidad de Gerona. Las cosas cambiaron con la llegada de los jesuitas, los cuales, gracias al apoyo pactado con el obispo Onuphre Réart, crearon un colegio que se impuso en la región como punto de referencia de la vida cultural y de la enseñanza superior. Incluso después del traspaso de la ciudad bajo el dominio francés (1642), sus escuelas garantizaron la continuidad de la enseñanza gracias también al apoyo de Luis XIV, el cual les encomendó la tarea de favorecer la integración de las élites locales en la nueva compañía nacional. En los dominios italianos de la Monarquía hispánica el desarrollo de la red universitaria presenta muchos elementos en común con todo lo que se ha visto hasta ahora. En Pavía y en Nápoles los jesuitas no lograron entrar en competición directa con las universidades ya existentes. En Pavía, el papel monopolizador del Studium estaba tutelado tanto por los Colegios de doctores como por la presencia de una red de colegios para becarios potenciada con vigor durante el siglo XVI a través de Carlos Borromeo y el Papa Pío V; en este caso el obstáculo se eludió interviniendo en la cercana Milán, la capital del ducado, donde crearon el gran colegio de Brera, que podía conferir títulos académicos en las disciplinas literaria, filosófica y teológica, pero no en las disciplinas médica y jurídica, cualificándose, por lo tanto, como una semi-universidad. En cambio, el obstáculo en Nápoles lo representaba la particular naturaleza de su universidad: era la única presente en toda Italia, desde su fundación, en 1224, bajo el control exclusivo del Estado, el cual había impedido desde el principio la difusión de otros institutos de instrucción en el territorio (Salerno representó una anomalía). A mediados del siglo XVI en Nápoles se cuestionaron reiteradamente el problema de la reglamentación de la doctrina: Pensemos, por ejemplo, en la presencia de Juan de Valdés o de Bernardino Ochino y más tarde, Giordano Bruno y Tommaso Campanella y la condena a muerte por herejía de algunos docentes de la Universidad. Este temor de un proselitismo suscitado por la presencia de corrientes heterodoxas llevó a los virreyes de España, Pedro de Toledo y Alcalá de Ribera, a favorecer la fundación de una decena de colegios de jesuitas en la ciudad y en las provincias del Reino, con una función subordinada con respecto a la Universidad de la capital, lo que aseguró en estas ciudades una oferta de instrucción estable superior, de este modo se crearon las condiciones que consintieron, tras la supresión de los jesuitas (1767) la constitución de los Colegios Reales en Bari, Lecce, L’Aquila, Chieti, que fueron las bases de futuras universidades. En Sicilia la ciudad de Catania era la única sede del Reino que dispusiera de una universidad. Este monopolio lo interrumpió el virrey Juan de Vega que en 1548 favoreció la fundación de un colegio de la Compañía de Jesús en Mesina con el intento de dar vida a una segunda universidad. Para los jesuitas se trató de un banco de prueba: el intento de dar vida a un verdadero Studium generale cuando todavía no disponían de esos privilegios que, treinta años más tarde, les aseguraría un propio ius academicum autónomo, los expuso a la reacción de la clase dirigente local que aspiraba desde hacía tiempo a ampliar las propias funciones. El proyecto iniciado por el virrey encontró una férrea hostilidad del patriciado que de este modo, se habría quedado excluido de cualquier tipo de participación en el gobierno de la universidad, con repercusiones que además, se habrían podido alargar con la asignación de administraciones eclesiásticas, militares o civiles en el reino. El pulso entre el consejo ciudadano y los jesuitas se prolongó durante casi cincuenta años con la progresiva reducción de las competencias y de las funciones de los jesuitas hasta resolverse al final con la plena separación de las escuelas jesuitas de las de la universidad. En Mesina había fallado, de momento, el intento de dar vida a una verdadera universidad dirigida por la Compañía de Jesús. También en Catania, donde los jesuitas se habían establecido en 1556, encontraron dificultad. La ciudad que los había acogido al principio con agrado, se alarmó muy pronto al darse cuenta del éxito de sus escuelas: la pérdida del monopolio de la enseñanza universitaria en el Reino derivado de la apertura de la universidad de Mesina, se sumaba en la ciudad a la competencia de las escuelas de los jesuitas de Mesina. Esto dio vida a nuevas tensiones y fue necesaria la mediación del virrey Marco Antonio Colonna, que separó el aprendizaje del curso de gramática y retórica y cedió las competencias del aprendizaje del curso a los jesuitas, excluyendo de este modo a los maestros del Studium ciudadano y consiguiendo la diferenciación del currículum de los studi. Gracias a esto, los jesuitas lograron crear verdaderas escuelas dotadas incluso de algunas materias de nivel superior en Palermo, Bivona, Siracusa y Monreale reservándose también en el Reino de Sicilia un papel de primer orden en el sector de la instrucción pública. Quedaba el Reino de Cerdeña, el cual aparecía, desde un punto de vista cultural al inicio de la Edad Moderna, como una realidad periférica: carente –al igual que Córcega o Irlanda- de cualquier iniciativa estable de enseñanza superior. Los pocos intelectuales sardos se veían obligados a emigrar por motivos de estudio hacia las universidades italianas (Bolonia y Pisa, sobre todo) o hacia las españolas (concretamente a Salamanca). Una vez más fue tarea de los jesuitas la puesta en marcha de un proceso que se reveló bastante largo e incierto, pero que después de ochenta años llevó a la creación de nada menos que dos universidades, una en Cagliari y otra en Sassari, pese a la opinión ampliamente dominante durante mucho tiempo de que “el reyno por su cortedad no era capas de dos universidades”. La solución institucional adoptada fue diversa en ambas: en Cagliari prevaleció una fórmula similar a la de Catania, la división de las disciplinas en dos secciones de modo que el Consejo ciudadano se quedó con el control de las facultades con perfil profesional, medicina y derecho. En Sassari, en cambio, se impuso, como ya había sucedido en el dominio de los Habsburgo, una Universidad sometida por completo a la dirección directa de los jesuitas, que reclutaban también a los docentes de las materias jurídicas y médicas y, mientras que la isla permaneció bajo el dominio español, consiguió rechazar los intentos de las autoridades eclesiásticas y del gobierno ciudadano intencionados a reivindicar su propio papel en la gestión de las escuelas. Los ejemplos que nos brindan las universidades creadas en los dominios europeos de la monarquía hispánica, nos han permitido recorrer las dinámicas que guiaron, no sólo el crecimiento numérico de las universidades, sino también y de modo particular, el papel de los institutos de instrucción superior, creados por los jesuitas y que dieron vida a un modelo didáctico y organizativo moderno. Para comprender las dimensiones de esta vasta realidad, baste con decir que en 1650, después de un siglo del inicio de las regulares actividades de enseñanza, la Compañía disponía de 570 colegios dotados de escuelas públicas. Su expansión obedecía a una planificación que privilegiaba los centros de la vida cultural, las capitales y los principales centros de la vida económica, desarrollando un complejo sistema de instrucción supranacional en el que los institutos de instrucción superior podían valerse de una red de escuelas pre-universitarias activas, sobre todo, en los centros menores. Me gustaría subrayar al cierre de mi intervención el carácter ejemplar de esta experiencia, la cual supo anticipar numerosos elementos innovadores en el sector de la instrucción superior, proponiendo soluciones que se adoptaron con posterioridad a raíz de las reformas universitarias y que se refieren a la fuerte centralización del gobierno de su sistema de instrucción que iba desde la elección de los programas de estudio a los métodos didácticos, desde la aprobación de los manuales didácticos a la evaluación de las propuestas de proyectos de investigación y la sucesiva aprobación o censura de los resultados alcanzados. La comparación de las experiencias llevadas aplicadas por los jesuitas con el modelo prevalente en la primera Edad Moderna de universidad muy vinculada todavía a la tradición medieval, nos consiente sopesar la importancia de esta experiencia como un factor que favoreció el tránsito de la universitas a la universidad.

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